El verdadero valor de las lágrimas
Entre las múltiples cosas que la educación patriarcal ha sido errónea, es la forma correcta de ver las lágrimas, como un signo de debilidad que hay que evitar a toda costa, como decía la famosa canción de Miguel Bosé: “los chicos no lloran, tienen que pelear”.
Las lagrimas purifican al alma. El llanto conecta una parte íntima e intangible del ser con el mundo externo y concreto. Estas, tienen la magia de transformar un sentimiento abstracto en una gota de agua suave y palpable. Es por eso por lo que las lágrimas tienen el valor de estimular las emociones convirtiéndolas en intenciones que subliman y enaltecen al alma. Las lágrimas tienen gran versatilidad. Hay lágrimas que surgen por la desesperación y la impotencia, pero también hay lágrimas que provienen del anhelo y la esperanza. Hay lagrimas de alegría y de la gratitud. Otras lagrimas surgen cuando no hay palabras que permitan expresar la magnitud de lo que se siente. No todas las lágrimas son expresiones de dolor o de debilidad, de hecho, muchas lágrimas fortalecen el carácter y limpian el malestar causado por situaciones complejas. Por lo que cuando una persona puede llorar siente inmediatamente un desahogo y se liberan de su sufrir.
La mala reputación que tienen las lágrimas proviene del hecho que algunas personas lloran y caen en la autocompasión provocando una actitud de queja, descontento e impotencia. De hecho, hay personas que lloran solo por llorar. Asumen que el llanto les podrá resolver sus problemas así, causan lastima y culpa de otros. Una nueva forma de percibir a las lágrimas podría ser el reconocer que estas son alarmas espirituales que sirven para despertar los deseos íntimos que invitan a la superación. Un llanto sincero y con intención tiene el poder de crear un dialogo entre la persona y su fe, sea de la forma que cada uno la quiera y pueda reconocer.
Las dificultades y los desafíos de la vida son excelentes conductores que motivan y estimulan la búsqueda y la lucha para salir adelante, las lagrimas entonces se convierten en aliadas y en soldados defensores que inspiran y reconectan a las personas con su humildad reconociendo que están lastimados y que tiene la oportunidad de sanar, buscar apoyo y eventualmente sentirse mejor. Incluso del peor dolor, uno puede crecer.